Rosana Ricárdez
Resulta que el presidente del Festival de Cannes, Gilles Jacob, se declaró sosegado porque los sucesos que hubieran podido impedir la realización de la sexagesimasegunda edición del festival de cine quedaron en el olvido, es decir, la cancelación «a causa de la “gripe mexicana” y la crisis fue considerada pero, por fortuna, no fue necesaria».
Por lo anterior, México y los mexicanos podemos seguir con la conciencia tranquila ya que nuestra venia ha permitido la realización de la edición 2009 de uno de los festivales de cine más importantes. Pero, ¿qué relación con México y con el lenguaje? Establecer la primera es evidente: El virus que desató nuestro país —como si nosotros lo hubiéramos inventado y, además, patentado—, fue retirado del mercado a tiempo, justo para que las actividades políticas, económicas y sociales mundiales volvieran a la normalidad.
La segunda resulta más ingeniosa y mucho, mucho más divertida y además demuestra la omnipotencia de la lengua. Si bien esta dama es maleable, también tiene excelente memoria y no deja escapar ni a los imbéciles. Una vez que al máximo órgano de salud en la Tierra, la OMS, se le ocurrió nombrar “gripe mexicana” a la ahora llamada gripe A, la lengua la registró en su memoria y, por ende, en su vocabulario—con todo lo que implica, es decir, en sus diferentes modos: castellano, inglés, francés, italiano, etcétera— y por más esfuerzos que cualquier organismo haga para “borrarlo” de la memoria colectiva… lo hecho, hecho está.
Es decir, el fenómeno de salud demuestra la hermosura de la lingüística —evidentemente su trascendencia en este mundo y con ello la trascendencia de darle más presupuesto a las instituciones encargadas de estudiarla— y constante evolución. Esta ocasión, sin adentrarnos a términos complicados ni estudios en los cuales no soy experta, sólo señalo cómo un desliz, lapsus, reacción ante el pánico o, ¿por qué no?, necesidad de nombrar para existir, obliga a crear un concepto que en tiempo récord, como virus, se expande.
“Gripe mexicana” es mucho más popular que “gripe A” simplemente porque existió primero y porque designa lo que se cree es un origen. Evidentemente los ortodoxos dirán que no se trata de un neologismo, pero seamos laxos y denominémoslo… neologismo de concepto. Lo interesante, independientemente del nombre, es cómo la lengua y sus conceptos van cobrando relevancia hasta implantarse. Claro que no se trata de un fenómeno nuevo, el latín nos dio muestras de ello pues lo que conocemos hoy es sólo la vulgarización de esa lengua. Por otro lado, el fenómeno es comparable al de la introducción de una palabra considerada “incorrecta” inicialmente. Una vez que el vulgo la acepta, la hace suya. Después los académicos no tienen más que oficializarla.
Sirva el ejemplo para demostrar una vez más que la lengua, señores, esa sí es reina en esta Tierra, y su influencia no permite el menor cuestionamiento.
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