viernes, 8 de mayo de 2009

Racismo, epidemias y otras nimiedades

Irène Némirovsky


Rosana Ricárdez

La semana pasada México apareció en el mapa de los europeos y no con el típico cliché sinónimo de fiesta, alcohol, sombrero, sol, desierto (en su defecto, las playas de Cancún) y pobreza, sino como sinónimo de ¡Cuidado, el diablo anda suelto! Léase: foco de infección. El nombre del país era sinónimo de “Mieux vaut être poltron et vivre plus longtemps”, o en su traducción nada literal: “Mejor aquí corrió que aquí murió”. O sea, más les vale cerrar fronteras que lamentarse después. Claro que la situación llegó a los altos jefes y tribunales y, tras precisa reflexión, la medida fue abandonada por el alto costo: más les valdría controlar la mediatización. El que tenga oídos para oír, que oiga.
Aunque en el mundo reina aún el desconcierto, en México comienza a disiparse, quizá con la esperanza de que el olvido se propague casi con la misma rapidez que la noticia inicial.
No obstante, en Europa, de manera especial en Francia, el común de la población –de esa que se preocupa- se pregunta si los mexicanos son seguros, si los que “aún” viven son portadores de la epidemia mortal, esa que acabó con “muchos de ellos”; se preguntan si esa denominada gripe mexicana acabará con la raza de este lado del mundo.
Las preguntas alarman no tanto por el brote epidemiológico de la gripe como por el otro, el brote invisible que también mata, que carcome mentes, que se propaga más rápido y que quizá deje más secuelas: la exacerbación del sentido racial de un grupo, dicho de otra forma, el racismo.
Midan ustedes el nivel de alarma: la propia Embajada de México en Francia debió emitir un comunicado, el pasado jueves 30 de abril, en el que rechazaba rotundamente –e invitaba a la población a hacer lo mismo- el término “gripe mexicana” para denominar al virus H1N1, por considerarlo discriminatorio (además de irreal), arguyendo afectaciones a la imagen de un país “que lucha de manera rápida y eficaz para evitar la propagación del virus y cuya estrategia ha sido reconocida por diversos Estados y Organismos como la Organización Mundial de la Salud y la Organización Panamericana de la Salud”. Independientemente de las verdades o falacias que el comunicado transmita, y con la mayor ingenuidad posible, es necesario preguntarse si la Embajada sabrá algo, o hablará al tanteo, de ese pueblo francés que en 1789 luchó por la Libertad, Igualdad y Fraternidad, el mismo que incubó el caso Dreyfus, el mismo que le negó el derecho de ciudadanía a los habitantes de sus colonias –ahora ex colonias-, el mismo sujeto de polémica –igual que hace algunos años- por el sonado nombre Dieudonné.
En marzo pasado apareció en castellano la traducción de Le maître des âmes (Salamandra, 2009), de Irène Némirovsky (Kiev, 1903- Auschwitz, 1942), publicada originalmente en francés –por entregas- en el semanario Gringoire , entre mayo y agosto de 1939, y por primera vez en forma de libro en 2006.
Viene a colación el libro por su prodigiosa lengua pero también por la denuncia de un país en donde el sueño de bienestar, igualdad, libertad y fraternidad no es posible para los extranjeros, o “metecos” como en algún tiempo se les llamó.
A través de la radiografía de los personajes, Némirovsky reproduce el sentir de los miles de refugiados en el país que lo prometía todo, en el que tenían esperanzas.
Les échelles de Lévant (Las escalas de Levante), nombre original de la obra, hace alusión a las fábricas comerciales, las ciudades y los puertos de Oriente Próximo “enclavados en las encrucijadas de las especias y la seda, la miseria y los pogromos” que hacen de andamio entre Europa y Asia. Durante el periodo de entreguerras –y ahora-, las escalas simbolizan el flujo demográfico que origina la mutación de la xenofobia al contaminar el viejo antisemitismo cristiano con el rechazo del meteco, extranjero, apátrida o judío.
En 1920, cuando la novela tiene lugar, el Senado francés es agitado por un debate: una misteriosa epidemia, “un microbio anárquico” que amenaza con transformar París en una “necrópolis”: “Una invasión de extranjeros de ínfima categoría… extenuados y carcomidos por los piojos”, que se abaten sobre París por “cientos de miles”. (Michaël Prazan, «L’entre-deux-guerres et l’affaire de la maladie no. 9 », en el Epílogo de “El maestro de almas”, Philipponnat y Lienhardt.)
Némirovsky, en tanto novelista eslava de origen judío, se sumerge no en esas ajenas escalas sino en la familiaridad de esa invasión protagonizada por los suyos. Aunque es niña bien, la escritora no queda del todo excluida de esa condición de extranjera; ni siquiera la posición económica de su familia la exime del racismo de la necrópolis. Es así como describe el París de los años treinta; con apasionada lucidez desmenuza el alma de sus personajes, escarba en su interior y logra pintarlos para hacerlos vivir en su obra. –¿O es que sólo los toma prestados a la realidad?
(No en vano se le consideraba modelo para las escritoras francesas de su época, siempre remarcando su carácter de extranjera y, evidentemente, de fémina.)
Al igual que el maestro de almas encarnado por Darío Asfar –aunque a diferencia de éste, no a cualquier precio-, ella intenta ser reconocida por sus habilidades. Pero el punto no es reivindicar a Némirovsky –no tendría razón de ser pues su escritura habla por ella- sino de situar el tema: la discriminación Otro, del extranjero en ese implacable París, en ese mundo paradójica y maravillosamente cosmopolita y globalizado que, de observarse con algo menos que una lupa, no ha cambiado tanto. En ese mundo en donde el hecho de ser extranjero (pobre) es un impedimento para destacar y hacerse merecedor de respeto.
Sirva la historia de Asfar para ejemplificar lo que pasa en una sociedad cuyo presidente ha propuesto que se indague el origen racial de cada francés (¡A investigar!).
Sin saber si los supuestos casos de gripe porcina de este lado del mundo lo son, es un hecho la existencia de una epidemia –¿invisible?- que, pese a los intentos de ser escondida, se revela y se hace cada vez más evidente. ¿Por cuánto tiempo más? Dieudonné y Le Pen, al menos en vísperas de elecciones europeas, darán de qué hablar.

1 comentario:

Unknown dijo...

Asfar lacró en mi alma, la nostalgia de la revancha
el vértigo del trueno, la pasión de la revuelta.

Gracias Rosana por el regalo!