sábado, 23 de mayo de 2009

Entre ferias te veas

Una joyita de Actes Sud


por Rosana Ricárdez

En este mundo globalizado no es extraño que uno de los mercados más redituables sea el de la traducción, técnica o literaria. Aún cuando esta última modalidad conozca algunos baches propios del mercado, con la diferencia que ahora ya nadie se espanta del término, lo cierto es que el libro es uno de los productos más traducidos, independientemente de su calidad —ni qué decir de los best sellers.
Las ferias, enormes palacios de placer, has sido determinantes. Háblese de Frankfurt —con el debate del cambio de sede a Berlín—, Edimburgo, Praga, Torino, Bolonia, Bruselas, Belgrado, Buenos Aires, Bogotá, Santiago, incluso Guadalajara y Ciudad de México, o háblese, lo que ahora concierne, de Madrid.
Si bien puede pensarse que las ferias están hechas para el público —nosotros, el público es el único que lo cree—, vale la pena hacer hincapié en que se trata sólo de una enorme vitrina en la que el menos beneficiado, o quizá sólo a largo plazo, es él. Hablar de ferias es hablar de inmensos foros donde los editores se reúnen para negociar derechos de autor —este año han tenido y tendrán mucho trabajo—, ventas, firmas, coaliciones, estrategias, o bien para que los autores se encuentren y sus editores los hagan lucir para vender. Sea como sea, lo cierto es que una literatura no se conoce en las ferias. Para ello existe la literatura misma, las recomendaciones de boca en boca.
La feria del libro de Madrid 2009 (del 29 mayo al 14 junio) invitó a Francia. Pese a algunos augurios sobre la desaparición literaria de este país, la realidad es que existe un fenómeno que hasta hace muy poco no se había hecho evidente: más que desaparición se trata de una diseminación impregnada de nacionalidades, de riqueza cultural producto de la inmigración —¿Acaso asusta la idea de que la inmigración pueda aportar beneficios?—. El comité organizador de la feria y diversos medios de comunicación ya se han encargado de emitir sendos comentarios, e incluso han difundido algunos nombres. Quedan al margen, como de costumbre, la ola de autores “menores”, entiéndase no tan conocidos o que apenas comienzan a tejer.
Para muestra, algunos ejemplos. En lo que a la inmigración respecta, baste mencionar una de las grandes —a veces olvidada—: Irène Némirovsky, “muy” conocida por Suite francesa, no obstante autora de otra joya menos famosa: “Le maître des âmes" (traducida al castellano en la editorial Salamandra). En cuanto a los “novatos” hay dos categorías: los autores con cierto oficio pero que apenas comienzan a publicar, entre ellos Nathalie Léger (Marsella, 1960), Arnaud Rykner (Toulouse, 1966), Jérôme Ferrari (París, 1968), Alban Lefranc (Caen, 1975), Khalid Elbahji (París, 1984) —miembro de un colectivo denominado ¿Quién conforma Francia?, que lucha por la diseminación de las diferencias raciales entre franceses—. La segunda, la de algunos con más experiencia a quienes el mercado no ha favorecido, cabe mencionar a Pierre Bergonioux (Brive-la-Gaillarde en 1949).
Paradójicamente la globalización no garantiza la caída de barreras culturales, de clichés que impiden conocer “a fondo” la riqueza literaria de un país —insisto, excluyendo los best sellers—, no obstante la literatura misma tiene mecanismos para develarse, y afortunadamente lo ha demostrado.

viernes, 15 de mayo de 2009

Un poco más de la influencia lingüística

Sopita de letras

Rosana Ricárdez


Resulta que el presidente del Festival de Cannes, Gilles Jacob, se declaró sosegado porque los sucesos que hubieran podido impedir la realización de la sexagesimasegunda edición del festival de cine quedaron en el olvido, es decir, la cancelación «a causa de la “gripe mexicana” y la crisis fue considerada pero, por fortuna, no fue necesaria».
Por lo anterior, México y los mexicanos podemos seguir con la conciencia tranquila ya que nuestra venia ha permitido la realización de la edición 2009 de uno de los festivales de cine más importantes. Pero, ¿qué relación con México y con el lenguaje? Establecer la primera es evidente: El virus que desató nuestro país —como si nosotros lo hubiéramos inventado y, además, patentado—, fue retirado del mercado a tiempo, justo para que las actividades políticas, económicas y sociales mundiales volvieran a la normalidad.
La segunda resulta más ingeniosa y mucho, mucho más divertida y además demuestra la omnipotencia de la lengua. Si bien esta dama es maleable, también tiene excelente memoria y no deja escapar ni a los imbéciles. Una vez que al máximo órgano de salud en la Tierra, la OMS, se le ocurrió nombrar “gripe mexicana” a la ahora llamada gripe A, la lengua la registró en su memoria y, por ende, en su vocabulario—con todo lo que implica, es decir, en sus diferentes modos: castellano, inglés, francés, italiano, etcétera— y por más esfuerzos que cualquier organismo haga para “borrarlo” de la memoria colectiva… lo hecho, hecho está.
Es decir, el fenómeno de salud demuestra la hermosura de la lingüística —evidentemente su trascendencia en este mundo y con ello la trascendencia de darle más presupuesto a las instituciones encargadas de estudiarla— y constante evolución. Esta ocasión, sin adentrarnos a términos complicados ni estudios en los cuales no soy experta, sólo señalo cómo un desliz, lapsus, reacción ante el pánico o, ¿por qué no?, necesidad de nombrar para existir, obliga a crear un concepto que en tiempo récord, como virus, se expande.
“Gripe mexicana” es mucho más popular que “gripe A” simplemente porque existió primero y porque designa lo que se cree es un origen. Evidentemente los ortodoxos dirán que no se trata de un neologismo, pero seamos laxos y denominémoslo… neologismo de concepto. Lo interesante, independientemente del nombre, es cómo la lengua y sus conceptos van cobrando relevancia hasta implantarse. Claro que no se trata de un fenómeno nuevo, el latín nos dio muestras de ello pues lo que conocemos hoy es sólo la vulgarización de esa lengua. Por otro lado, el fenómeno es comparable al de la introducción de una palabra considerada “incorrecta” inicialmente. Una vez que el vulgo la acepta, la hace suya. Después los académicos no tienen más que oficializarla.
Sirva el ejemplo para demostrar una vez más que la lengua, señores, esa sí es reina en esta Tierra, y su influencia no permite el menor cuestionamiento.

viernes, 8 de mayo de 2009

Racismo, epidemias y otras nimiedades

Irène Némirovsky


Rosana Ricárdez

La semana pasada México apareció en el mapa de los europeos y no con el típico cliché sinónimo de fiesta, alcohol, sombrero, sol, desierto (en su defecto, las playas de Cancún) y pobreza, sino como sinónimo de ¡Cuidado, el diablo anda suelto! Léase: foco de infección. El nombre del país era sinónimo de “Mieux vaut être poltron et vivre plus longtemps”, o en su traducción nada literal: “Mejor aquí corrió que aquí murió”. O sea, más les vale cerrar fronteras que lamentarse después. Claro que la situación llegó a los altos jefes y tribunales y, tras precisa reflexión, la medida fue abandonada por el alto costo: más les valdría controlar la mediatización. El que tenga oídos para oír, que oiga.
Aunque en el mundo reina aún el desconcierto, en México comienza a disiparse, quizá con la esperanza de que el olvido se propague casi con la misma rapidez que la noticia inicial.
No obstante, en Europa, de manera especial en Francia, el común de la población –de esa que se preocupa- se pregunta si los mexicanos son seguros, si los que “aún” viven son portadores de la epidemia mortal, esa que acabó con “muchos de ellos”; se preguntan si esa denominada gripe mexicana acabará con la raza de este lado del mundo.
Las preguntas alarman no tanto por el brote epidemiológico de la gripe como por el otro, el brote invisible que también mata, que carcome mentes, que se propaga más rápido y que quizá deje más secuelas: la exacerbación del sentido racial de un grupo, dicho de otra forma, el racismo.
Midan ustedes el nivel de alarma: la propia Embajada de México en Francia debió emitir un comunicado, el pasado jueves 30 de abril, en el que rechazaba rotundamente –e invitaba a la población a hacer lo mismo- el término “gripe mexicana” para denominar al virus H1N1, por considerarlo discriminatorio (además de irreal), arguyendo afectaciones a la imagen de un país “que lucha de manera rápida y eficaz para evitar la propagación del virus y cuya estrategia ha sido reconocida por diversos Estados y Organismos como la Organización Mundial de la Salud y la Organización Panamericana de la Salud”. Independientemente de las verdades o falacias que el comunicado transmita, y con la mayor ingenuidad posible, es necesario preguntarse si la Embajada sabrá algo, o hablará al tanteo, de ese pueblo francés que en 1789 luchó por la Libertad, Igualdad y Fraternidad, el mismo que incubó el caso Dreyfus, el mismo que le negó el derecho de ciudadanía a los habitantes de sus colonias –ahora ex colonias-, el mismo sujeto de polémica –igual que hace algunos años- por el sonado nombre Dieudonné.
En marzo pasado apareció en castellano la traducción de Le maître des âmes (Salamandra, 2009), de Irène Némirovsky (Kiev, 1903- Auschwitz, 1942), publicada originalmente en francés –por entregas- en el semanario Gringoire , entre mayo y agosto de 1939, y por primera vez en forma de libro en 2006.
Viene a colación el libro por su prodigiosa lengua pero también por la denuncia de un país en donde el sueño de bienestar, igualdad, libertad y fraternidad no es posible para los extranjeros, o “metecos” como en algún tiempo se les llamó.
A través de la radiografía de los personajes, Némirovsky reproduce el sentir de los miles de refugiados en el país que lo prometía todo, en el que tenían esperanzas.
Les échelles de Lévant (Las escalas de Levante), nombre original de la obra, hace alusión a las fábricas comerciales, las ciudades y los puertos de Oriente Próximo “enclavados en las encrucijadas de las especias y la seda, la miseria y los pogromos” que hacen de andamio entre Europa y Asia. Durante el periodo de entreguerras –y ahora-, las escalas simbolizan el flujo demográfico que origina la mutación de la xenofobia al contaminar el viejo antisemitismo cristiano con el rechazo del meteco, extranjero, apátrida o judío.
En 1920, cuando la novela tiene lugar, el Senado francés es agitado por un debate: una misteriosa epidemia, “un microbio anárquico” que amenaza con transformar París en una “necrópolis”: “Una invasión de extranjeros de ínfima categoría… extenuados y carcomidos por los piojos”, que se abaten sobre París por “cientos de miles”. (Michaël Prazan, «L’entre-deux-guerres et l’affaire de la maladie no. 9 », en el Epílogo de “El maestro de almas”, Philipponnat y Lienhardt.)
Némirovsky, en tanto novelista eslava de origen judío, se sumerge no en esas ajenas escalas sino en la familiaridad de esa invasión protagonizada por los suyos. Aunque es niña bien, la escritora no queda del todo excluida de esa condición de extranjera; ni siquiera la posición económica de su familia la exime del racismo de la necrópolis. Es así como describe el París de los años treinta; con apasionada lucidez desmenuza el alma de sus personajes, escarba en su interior y logra pintarlos para hacerlos vivir en su obra. –¿O es que sólo los toma prestados a la realidad?
(No en vano se le consideraba modelo para las escritoras francesas de su época, siempre remarcando su carácter de extranjera y, evidentemente, de fémina.)
Al igual que el maestro de almas encarnado por Darío Asfar –aunque a diferencia de éste, no a cualquier precio-, ella intenta ser reconocida por sus habilidades. Pero el punto no es reivindicar a Némirovsky –no tendría razón de ser pues su escritura habla por ella- sino de situar el tema: la discriminación Otro, del extranjero en ese implacable París, en ese mundo paradójica y maravillosamente cosmopolita y globalizado que, de observarse con algo menos que una lupa, no ha cambiado tanto. En ese mundo en donde el hecho de ser extranjero (pobre) es un impedimento para destacar y hacerse merecedor de respeto.
Sirva la historia de Asfar para ejemplificar lo que pasa en una sociedad cuyo presidente ha propuesto que se indague el origen racial de cada francés (¡A investigar!).
Sin saber si los supuestos casos de gripe porcina de este lado del mundo lo son, es un hecho la existencia de una epidemia –¿invisible?- que, pese a los intentos de ser escondida, se revela y se hace cada vez más evidente. ¿Por cuánto tiempo más? Dieudonné y Le Pen, al menos en vísperas de elecciones europeas, darán de qué hablar.