- Ensayos sobre literatura
por Rosana Ricárdez
Aunque menospreciado por el mercado, el ensayo es un género “profundo y altamente moderno” que, en ese menosprecio, encuentra una modernidad capaz de proyectarlo como colisión verbal, al menos desde la perspectiva de Gabriel Bernal Granados.
Bernal Granados (Ciudad de México, 1973) es poeta, editor, traductor y crítico literario.
Tras cuatro libros de autor y otro tanto de la traducción de publicaciones del estadounidense Guy Davenport, logró la develación de veinticuatro reseñas, artículos y ensayos sobre literatura, conocidos ya en periódicos y revistas, pero ahora bajo el título En medio de dos eternidades (Libros Magenta, 2007).
Bernal Granados habló acerca de la eternidad en que está inmerso.
Rosana Ricárdez. ¿Cómo fue la selección de los textos para En medio de dos eternidades? El lector se enfrenta a cuatro secciones disímiles con análisis que van desde (Jens Peter) Jacobsen, (Paul) Valéry y (Edgar Allan) Poe hasta (Salvador) Elizondo y (Gabriel) García Márquez. Por su forma, hay una distancia palpable entre ellos: fríos los iniciales, cálidos los finales.
Gabriel Bernal Granados. Es un compendio de lo que había publicado en los últimos doce años, aunque el libro lo cerré en el 2004, hubo ajustes que hice hasta ahora que se publicó en 2007.
Se trata de un cosecha de ensayos que fueron publicados a lo largo de mi vida de escritor, yo comienzo a publicar a los diecinueve años, ahora tengo treinta y cuatro, es decir, es una compilación que abarca prácticamente quince años de escritura y, pese al género escogido, pese a que son ensayos, lo veo como un libro muy personal, en el sentido de que, como han mencionado algunos de los críticos del libro (algunas de las personas que han comentado el libro) refleja un itinerario vital y un aprendizaje, es un diálogo constante con una serie de presencias y obsesiones que me han ido acompañando a lo largo de todo este tiempo.
Elegí aquello que me resultaba lo más significativo y lo que para mí tenía más alta calidad, y también que era susceptible de ser publicado en un libro. Es decir, ensayos que pudieran ser leídos como ensayos, no que dependieran del contexto en el que fueron publicados originalmente. Si se publicaron en una revista, que fueran ensayos que se pudieran leer en el contexto de un libro, en el contexto más general y más amplio de un libro.
Al principio escogí autores europeos: es probable que los ensayos dedicados a los autores europeos que se encuentran “más lejos” de nosotros generen en el lector una sensación de de frialdad que se va atenuando y que va recorriendo el espectro de dolor hacia lo más cálido y autobiográfico, cercano a mí.
Cuando dices que te da la impresión que los ensayos finales están más próximos al lector, tal vez sea porque se trata de ensayos que están más próximos a mí. Tal sería el caso sobre Guy Davenport, que es un autor muy importante a lo largo de mi vida de escritor.
A la hora de leerlo hay una aproximación, ¿tuvo que ver o hay alguna conexión entre esos autores en el momento de la selección, o el móvil es puro gusto?
No sé, lo que ese libro refleja son los pasos que un escritor va dando hacia la expresión, a la conclusión de una poética. Hay una poética del ensayo inmiscuida en ese libro, de manera más o menos latente, de manera más o menos flagrante, pero también hay una visión de mundo que se mantiene a través de un género subsidiario, y esto es algo que a mí me interesa mucho.
Es un género no comercial, es un género no apetecido por el mercado ni por los monstruos de la literatura de habla española transnacional. A mí me interesaba que mi poética y que mi noción, que mi idea de escritura se manifestara a través de este género, y también jugaba con la idea de una doble eternidad: por un lado la narrativa, y por el otro la poesía.
Por un lado, autores consagrados, autores europeos, Edgar Allan Poe, Paul Valéry, Roberto Calasso, William Carlos Williams, Jens Peter Jacobsen; por el otro lado, en ese juego de espejos, de doble eternidad, poetas poco conocidos y de habla española como Roberto Tejada, Roberto Rico, o bien narradores poco conocidos todavía como Ana Rosa González Matute o como Rolando Sánchez Mejías, o como el mismísimo Lorenzo García Vega, sobreviviente de la generación de orígenes.
Estaba yo jugando con una dualidad muy marcada, dos extremos en que está reflejada esa doble pasión, o esa doble tensión en el cuadro que utilicé como portada del libro, un cuadro de Edgar Degas (Muchachas espartanas desafiando a los muchachos), donde hay una comunidad adolescente que se juega la vida en un instante y al fondo del cuadro, en el último plano, hay una comunidad de adultos que los observa sin hacerse partícipe de ese juego por razones obvias: por el tiempo transcurrido entre ellos.
Entonces hay una confrontación entre Europa y América, entre narradores clásicos y autores clásicos en general y escritores contemporáneos, muy cerca de nosotros, o más cerca de nosotros, más bien. Es este doble juego, con fuerzas distintas que creen un equilibrio, me parece que eso es lo que busqué.
Rafael (Lemus) decía algo sobre las presentaciones de libros “el ensayo es un espacio para discutir”; la literatura ha permanecido o se ha convertido en algo que se observa y en lo que uno no se inmiscuye, y… ¿el ensayo, es este el camino para poder a establecer una conexión?
Para mí el ensayo es escritura, el ensayo esa el género de géneros, una de las mejores definiciones de ensayo que he escuchado jamás, la más atinada es “el ensayo es el género que abarca todos los demás, en el ensayo todo puede caber”.
Se requiere de la brevedad del aforista, de la agudeza del aforista, así como del largo aliento de la capacidad de recorrer largas distancias del tratadista, nunca se cae en ninguno de estos excesos.
El ensayista busca ese término medio y busca una forma de manifestar la escritura por la escritura misma, aunque en el ensayo no es, en el caso de mis ensayos, nunca es una escritura pura, porque hay un pretexto, hay un libro que los antecede, hay un libro que los ata, hay un libro que les da, no sustancia, pero que los convierte también en diálogo literario, en diálogo con los libros, como quería Julio Torri o en conversación con los difuntos como quería Eliseo Diego.
Y sí, el ensayo es de alguna manera el escritor que se pronuncia en la plaza pública de la ciudad literaria para comerciar o conversar con los cultores de los demás géneros, con los poetas, con los narradores, y aplicando sus técnicas a su propio discurso. Es un género profundo y altamente moderno que ha sido menospreciado por el mercado, pero eso es algo que también lo dignifica y que aumenta su modernidad y que lo proyecta como si fuese una colisión verbal, para la cual los lectores, si no están preparados todavía, lo estarán con el tiempo. El ensayo es eso, es escritura, es un género creativo por sí mismo que no desdeña a todos los demás, es el lugar de la prueba, así lo veo: el lugar de la prueba para el escritor, es el lugar de la voluptuosidad. Como dije en la presentación, el ensayo es verbo encarnado, en el sentido verbal y en el sentido erótico de la palabra, es encarnación, es personificación.
El escritor que, de manera altanera y tajante, aunque sea un escritor tímido, aunque sea un escritor no se pronuncie en voz alta ni a voz en cuello, fabrica a través del ensayo la figura, su propia figura, construye la figura del escritor.
En ese sentido también tiene razón uno de los críticos del libro cuando dice que el ensayista o que el escritor en general, todo el tiempo está intentando un autorretrato.
Y la otra parte de la pregunta, haciendo referencia a la ilustración de la portada, al cuadro de Degas: Muchachas espartanas desafiando a los muchachos ¿Así ha permanecido la literatura ha permanecido al margen de la gente o la gente ha permanecido al margen de esa creación? De repente se concibe al escritor como un ente muy aparte al lector (apartado de él), esta conexión parece que no se establece. ¿El ensayo puede ser un vínculo?
Un vaso comunicante. El ensayo puede ser un vaso comunicante, y me gusta esa forma de entenderlo, no tanto entre el escritor y el lector, porque ese distanciamiento aparente ha existido siempre.
Decía Paul Valéry en un aforismo famoso, que los libros fueron escritor para ser leídos únicamente por sus autores. En todo caso, lo que sucede con los tiempos que estamos viviendo, es que ha habido un divorcio del hombre con el hombre, el hombre se ha distanciado de sí mismo y, en ese sentido, es que resulta atroz el panorama de la vida contemporánea, de la vida moderna o posmoderna, los pensadores no han encontrado todavía el término que defina la situación que nos ha tocado vivir, que es una situación inédita y muy dura.
El hombre distanciado de sí, el hombre divorciado del hombre y la soledad como una barrera circundante difícil de franquear, difícil de abolir.
El ensayo busca taladrar la frontera que separa al escritor de la vida. Ese es un tema muy interesante: ¿Cuál es la relación entre literatura y vida? Entendemos la vida como el arrojo, como la participación constante del hombre y del cuerpo en el escenario de los hechos. Y la literatura, en general, como algo que sucede al margen, a la sombra.
El escritor todo el tiempo se está cuestionando cuáles son los tiempos que corresponden a una y otra actividad, cuáles son los momentos que corresponden al vivir y cuáles son los momentos que corresponden al escribir.
En esa doble tensión se sitúa también mi libro, porque son preguntas que también me hago. A veces el escritor se siente marginado de los hechos, de los acontecimientos, no es parte de la historia.; sin embargo, la literatura, para ser verdadera, para ser real, tiene que nutrirse en esa savia, de la savia vital de los hechos, de los acontecimientos, de otra manera no hay literatura, hay falsedad, hay artificio.
Un escritor aparentemente divorciado de la vida, tan frío, como Borges, era en realidad un hombre con un conflicto interno profundo, y lo que lo diferencia de los demás, o de sus contemporáneos, era la conciencia de la existencia de ese conflicto, que configuraba los valores o las notas musicales en clave literaria de su propia identidad.
Justamente hay una parte en el libro que habla sobre Sor Juana Inés de la Cruz, Ramón López Velarde y, poco más abajo, sobre Borges, en la que dices que no hubieran sido los mismos sin cierto contexto. ¿El escritor está sujeto a su contexto o quizá, como al inicio lo dices en el ensayo de Valéry, quien, con cierta distancia de los acontecimientos, en el paso de un siglo al otro, sigue siendo quien es?
Al escritor lo condiciona la realidad, y la poética de todo escritor se da en función de su relación con la realidad, nunca hay un desapego total de los hechos, nunca hay un desprendimiento absoluto de la sensibilidad, por exquisita que ésta sea, de los hechos reales o de las cosas tal como son. De hecho, una posible definición de modernidad sería esa: el hombre que por primera vez, sin ataduras, sin velos, de carácter simbólico, quiere enfrentarse a las cosas como son, tal y como él las percibe, sin engaños, sin deformaciones, estamos hablando de una modernidad que surge con los primeros experimentos ópticos y la posibilidad de representación de los objetos de manera objetiva, valga la redundancia.
Entonces no existe jamás un distanciamiento absoluto ni moderado de las cosas reales. Para que una página realmente viva o sufra se da en función de esta relación; difícil relación por cierto, es un crucigrama difícil de resolver.
Cuando estás creando el ensayo, ¿piensas en algún lector? Hago hincapié por la distancia notable entre la primera y la última sección del libro. Se siente, tal vez esa distancia sólo exista en función del tiempo en que fueron creados esos escritos, o simplemente el momento en que te encontrabas.
Todo el tiempo está uno tratando de encontrarse a sí mismo, y el primer lector en el que uno piensa, en el momento de estar escribiendo, es uno mismo. A veces ayuda pensar y sentir que estás escribiendo para alguien más, un familiar o un ser localizado. Pero creo que todo escritor, en el momento de estar escribiendo, a quien trata de explicarse es a sí mismo, trata de ser claro para consigo mismo.
Y este es el valor de la metáfora del espejo para los escritores modernos, estoy pensando en Mallarmé, estoy pensando en Valéry, estoy pensando en Borges mismo. El escritor confrontado con el espejo en el momento de estar escribiendo es el escritor consciente del fenómeno de la escritura misma.
Esta imagen es muy rica, y la reproduces en el libro. ¿Sientes que al momento de hacer los ensayos haces una síntesis del pensamiento, y cómo puedes hacerlo de algo tan íntimo como una lectura?
Digamos que son síntesis, en todo caso, de mi propio pensamiento, de un pensamiento que está luchando por encontrar un medio de expresión idóneo.
Por eso me pareció afortunado el comentario de Rafael Lemus cuando dice que todo ensayista, todo escritor, lo que en realidad busca a través de su escritura es la consolidación de un autorretrato, no definitivo, porque los autorretratos no son definitivos, no siempre son ciertos. Pienso en la serie de autorretratos que hizo Rembrandt (1606-1669) a lo largo de toda su vida. Rembrandt empieza a autorretratarse desde que tiene veinte años, y termina un poco antes de su muerte, a los sesenta y pico de años. El escritor dialoga consigo mismo, y su principal modelo, así lo entiendo, es él mismo confrontado contra el espejo.
Ahora, si de ahí puede haber alguien interesado, que no lo dudo, qué mejor.
Se me hace significativa la distancia, no sé si sólo sea cronológica, entre la primera y la cuarta sección. Platícame más sobre eso porque se siente diferente el ensayo de, por ejemplo, El cuervo —sobre la publicación de Salvador Elizondo de este título acerca de Edgar Allan Poe— y el de Memorias de Gabriel García Márquez —sobre Vivir para contarla.
En el ensayo sobre Jacobsen hay una distancia mayor que no hay en el texto de García Márquez, porque ahí la intención es hablar de mi vida con García Márquez y de lo significativo que fue leer los libros de García Márquez y luego rechazarlos.
A diferencia de lo que decían en la presentación del libro, yo sí creo que hay una postura muy clara, muy definida, respecto de la figura que es García Márquez: por un lado es un gran escritor, indudablemente es un gran escritor, y por otro lado es un producto mercadotécnico aplastante que ha marcado la pauta, en buena medida, del desastre editorial, mercadotécnico terrible que vivimos ahora. Hay un rechazo hacia esa mitad, y hay una admiración profunda por el escritor que fue capaz de hacer una obra tan importante como Cien años de soledad.
En el momento que la leí quise recuperar ese primer deslumbramiento, también llegué a la conclusión, y esa es una de las tesis obligadas del libro, no olvidadas porque en el texto de Julio Eutiquio Sarabia está mencionado todo eso de una manera sutil y muy elegante, que son las pasiones que organizan nuestros juicios críticos más perdurables o más profundos. Una lectura que no te apasiona no puede provocar en ti sino desdén, en cambio una lectura que te apasiona puede ser el detonante de una idea, de un pensamiento desprendido de esa lectura que no necesariamente está emparentado, que no es una glosa de esa lectura.
Es lo que Guy Davenport nomina en sus ensayos: “Toda fuerza deviene forma”, y la literatura es un diálogo de fuerzas que van adquiriendo a lo largo del tiempo formas diferentes. De ahí que él pueda establecer una conexión, por otro lado muy evidente, entre grabados de Picasso dedicados a ilustrar las metamorfosis de Ovidio: ¿cuáles son los vasos comunicantes que unen a Ovidio con Picasso? Pues los hay, y es la forma y cierta sensibilidad que en la obra de Picasso se da en un momento dado, y de ahí que le corresponden a la obra, que son sus ilustraciones para las metamorfosis.
Y hay otras cosas, como la relación secreta que pudiera existir entre el libro de Jonás, que es un personaje de la Biblia, y la novela Moby Dick, de Herman Melville. Que una cosa se escribe hace miles años, y Moby Dick, que es una novela con una carga moderna impresionante, se escribe en la segunda mitad del siglo XIX. Y hay una relación inclusive proporcional: el libro de Jonás comprende dos páginas de la Biblia, y Moby Dick son mil quinientas páginas. Hay una relación inversamente proporcional pero también un encuentro imaginativo hipotético.
Retomando la idea del ensayo como espacio para la crítica, pero ahora con la reseña ¿es realmente un espacio para la crítica o sólo sirve para clarificar ciertas ideas? En cuestión de mercadotecnia hay reseñas pagadas por las editoriales.
Ya es un medio obsoleto, no tiene esa función. La reseña perdió eso. La importancia que puede tener una reseña para un director de teatro neoyorquino, lo que pudo marcar la diferencia en otros ámbitos artísticos, trátese del estreno de una ópera en Nueva York, en Italia, o el estreno de una obra de teatro en Nueva York o en Londres, en ese caso sí es muy importante la opinión del crítico, pueden marcar la diferencia. Puede encumbrar a un director.
En el caso de la literatura esos tiempos han pasado, la reseña ya no tiene esa función. De hecho, en un país como el nuestro, la reseña está prácticamente muerta. Y el ejercicio de la crítica es un ejercicio en construcción.
No hemos encontrado todavía las vías adecuadas para establecer cuáles son los escritores que significan o que son importantes para nosotros o para una generación particular. Estamos inventando esas maneras, o reinventándolas; parece ser que esas maneras o las maneras de antaño han muerto. Uno hojea los periódicos, los sábados o los domingos, y ya no encuentra los suplementos que encontraba antes, sus páginas han disminuido en el mejor de los casos.
Esto habla de una abolición de la literatura entendida en un sentido espectacular y mediático. Lo que hacen las grandes editoriales es buscar best sellers, libros de autoayuda o libros infantiles que convierten en monedas de cambio para el consumo popular. No hay una idea clara de literatura, o lo que es literatura vendible o rentable para ellos es aquella que es premiada en los grandes foros internacionales.
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